La conectividad es un bien público: Actuemos en consecuencia tanto hoy como en el futuro.
Por Revista Summa
Mil quinientos millones. Esa es la cantidad de niños que deben tomar clases en línea por causa del brote de COVID-19 (coronavirus). Mientras que algunos padres se preocupan por la calidad de la educación que sus hijos reciben en un mundo que se ha vuelto virtual, para millones de otros niños que carecen de conexión, la educación en línea no es ni siquiera un sueño lejano. En esta época de distanciamiento social, la conectividad nos permite mantenernos informados, trabajar y conservar nuestro bienestar mental e incluso físico. Para quienes no tengan acceso a Internet, el impacto social y económico de la pandemia será incluso más profundo.
En la lucha contra el nuevo coronavirus, las tecnologías digitales son fundamentales. Los países que no cuentan con infraestructura de banda ancha generalizada se están preparando para lo peor. Pensemos en África al Sur del Sahara, donde el 60 % de la población no tiene acceso a redes 4G, o en países como Indonesia, donde lo habitual siguen siendo las redes 2G. A medida que la duración de la crisis se extienda y las pandemias de este tipo se hagan más comunes, algunos países quedarán rezagados. La implementación de soluciones digitales de atención de la salud para detectar la COVID-19 puede salvar vidas, y también será importante para proteger a los países contra futuras pandemias.
En la lucha contra el nuevo coronavirus, las tecnologías digitales son fundamentales.
No podemos permitirnos la autocomplacencia: los Gobiernos, los donantes y el sector de las telecomunicaciones deben hacer lo posible por conectar a quienes no están conectados. Si hay algo que esta crisis sin precedentes ha demostrado es que la conectividad es un bien público.
Lograr el acceso universal y asequible a la banda ancha no debería considerarse una utopía. Me siento esperanzado por la gran cantidad de iniciativas en curso que promueven la conectividad en todo el mundo. En los países más afectados por el nuevo coronavirus, se están adaptando las regulaciones para mejorar las capacidades de Internet. Y el sector privado está haciendo su parte. Así ocurre en Kenya, donde, después de un trámite acelerado de aprobación regulatoria gubernamental de globos con Internet (i) a gran altura, se utilizarán esos dispositivos para transmitir señales para redes 4G, lo cual llevará conectividad a las áreas rurales. En todo el mundo, las empresas de telecomunicaciones están proporcionando a los consumidores conexiones de Internet de más velocidad y capacidad sin costo. En Perú el ente regulador de telecomunicaciones planea dictar un decreto en el que se prohíba la suspensión de servicios por falta de pago. En Iraq el Ministerio de Telecomunicaciones ha prohibido todos los cargos de itinerancia de datos (roaming) en llamadas de teléfonos celulares, y en Omán el ente regulador ha ampliado las cesiones de espectro.
Sin embargo, una muestra de solidaridad en el contexto de una catástrofe, si bien es encomiable, no es suficiente para brindar lo que más se necesita: resiliencia digital. Somos reactivos cuando deberíamos haber sido proactivos. Sabemos que para reducir la brecha digital se necesitará una cantidad gigantesca de dinero y movilizar una sólida coalición de socios comprometidos a largo plazo.
En un reciente informe (i) de la Comisión sobre la Banda Ancha para el Desarrollo Sostenible, se calcula que harán falta alrededor de US$100.000 millones para lograr el acceso universal a conectividad de banda ancha en África. Recientemente, el Grupo Banco Mundial puso en marcha la Iniciativa para la Economía Digital en África (i) con el audaz objetivo de conectar digitalmente a cada persona física, empresa y Gobierno de África para 2030. Sin embargo, esta crisis ha puesto en evidencia que no podemos darnos el lujo de esperar.
En este momento debemos trabajar todos juntos para lograr cumplir la promesa de que las nuevas tecnologías lleguen a todos y para mantener al mundo conectado, incluso en épocas de distanciamiento social.
¿Qué se necesitará para lograr una banda ancha universal, accesible y de buena calidad?
En primer lugar, y a corto plazo, urge aumentar el ancho de banda, controlar el congestionamiento y evitar que Internet colapse, y conectar a quienes aún no cuenten con conexión. Para ello, debe modificarse la configuración de la red, la gestión del tráfico y el acceso a la capacidad ociosa en la infraestructura a fin de brindar conectividad a instituciones, hogares y pequeñas y medianas empresas. Los servicios públicos tienen activos valiosos, como ductos y postes, edificios, derechos de propiedad sobre tierras e incluso redes de fibra que podrían aprovecharse para instalar de manera económica nueva infraestructura de banda ancha. En el caso de los operadores de telecomunicaciones, pueden compartir infraestructura para ampliar la cobertura y reducir los costos de instalación de redes.
En segundo lugar, debemos impulsar la transformación digital en algunos de los países más pobres del mundo aumentando masivamente los recursos destinados a establecer los cimientos de una economía digital próspera. Dolorosamente, esta crisis pone de manifiesto que los beneficios y las oportunidades que genera la tecnología no están distribuidos de manera equitativa. En la economía informal, no existe el teletrabajo. En los países pobres, incluso la mayoría de las empresas más establecidas carecen de la capacidad de pasar a trabajar en línea. Docentes, estudiantes y funcionarios gubernamentales necesitan tener conectividad, pero también habilidades para poder utilizar las herramientas digitales de forma efectiva. Las economías dependen cada vez más de las finanzas digitales (fintech) para mantenerse a flote, y la demanda de servicios como pagos móviles, entregas de alimentos a domicilio y comercio electrónico experimentará un crecimiento exponencial.
En este momento debemos trabajar todos juntos para lograr cumplir la promesa de que las nuevas tecnologías lleguen a todos y para mantener al mundo conectado, incluso en épocas de distanciamiento social.