El principal banco de alimentos de la capital estadounidense, el Capital Area Food Bank, pasó de distribuir 30 millones de comidas antes de la pandemia a 75 millones.
Por EFE
La elevada inflación en Estados Unidos, en máximos no vistos desde hace 30 años, no sólo golpea a las familias y niños más pobres del país, también a los bancos de alimentos que les ayudan y que ahora temen no tener suficiente para seguir haciéndolo.
La subida de los precios pone en peligro a aquellos que ya tienen dificultades para acceder a comida, una población de 45 millones de personas, de los que 15 millones son niños. Es decir, uno de cada cinco niños pasa hambre en EE.UU., según la organización Feeding America, que gestiona 200 bancos de alimentos.
Feeding America y otras ONG llevan semanas avisando del desafío que la inflación supone para los bancos de alimentos, que han tenido que dar porciones más pequeñas o sustituir clásicos como el pavo y la mantequilla de cacahuete por opciones más baratas en las entregas que han hecho para Acción de Gracias, que se celebra este jueves.
La organización DC Food Project, que ayuda a niños en edad escolar en Washington, aún no ha tenido que recortar sus donaciones, pero sí se ha topado con dificultades para encontrar alimentos ricos en proteínas que se ajusten a su presupuesto, explicó a Efe Lucie Leblois, una de las fundadoras.
«Desde luego que el precio de las proteínas ha subido. Así que estamos tratando de ser creativos», manifestó Leblois mientras prepara en el aparcamiento de una escuela las cajas con comida que llevarán a diferentes centros educativos.
El pollo en lata y los sobres de atún se han convertido en las mejores opciones para esas cajas que cada dos semanas reciben 750 niños en las escuelas de Washington. Cada caja tiene un valor de 15 dólares y el objetivo es que sirva para alimentar a una familia de cuatro durante diez días.
DE LA PANDEMIA A LA INFLACIÓN
Pese al aumento de los precios, lo que más le preocupa a Leblois es el hambre que pasan muchos niños afroamericanos e hispanos en Washington, una de las ciudades más ricas del país pero donde hay enormes desigualdades económicas dependiendo del color de piel.
El principal banco de alimentos de la capital estadounidense, el Capital Area Food Bank, pasó de distribuir 30 millones de comidas antes de la pandemia a 75 millones.
En el caso de los niños de Washington, antes de la pandemia, uno de cada cinco tenía dificultades para acceder a alimentos, igual que la media nacional; pero ahora, son uno de cada tres.
Debido a ese gran nivel de necesidad, la mayoría de las escuelas públicas ofrecen desayunos y comidas gratis a los niños, además de cenas en algunos casos.
Sin embargo, existe el peligro de que los pequeños no puedan acceder a alimentos cuando están en casa por el fin de semana o durante festivos como el de esta semana de Acción de Gracias.
Para llenar ese hueco, DC Food Project ha asumido la misión de cada dos semanas preparar unas cajas con provisiones en el aparcamiento de una escuela y luego hacérselas llegar a niños de toda la ciudad.
La preparación lleva un par de horas. Primero, llegan al aparcamiento camiones con comida donada por DC Central Kitchen del chef español José Andrés y, después, las fundadoras de DC Food Project y un grupo de voluntarios descarga los camiones para repartir los alimentos en cajas y bolsas.
Cada voluntario mete esos alimentos empaquetados en su coche -hasta que casi no se puede ver por la parte de atrás- y empieza el reparto.
UN FUTURO INCIERTO
La comida no se entrega directamente a quien la necesita, sino al personal educativo en un intento por preservar la dignidad y privacidad de los menores. Por ejemplo, al llegar a las escuelas Ida B Wells y Coolidge lo único que ven los alumnos es cómo entra por la puerta principal un carro con las cajas naranjas de DC Food Project.
Jacobo Larios, de origen guatemalteco, trabaja en esas escuelas y su misión es ayudar a los niños con todo aquello que no es comida: desde cuadernos hasta detergente pasando por pañales, abrigos y guantes.
«Aparte de la pandemia, la inflación está afectando más a las familias. Ellos no pueden cubrir las necesidades básicas que tienen ahorita y se les hace más difícil. Ahí es donde entra mi programa para intentar contrarrestar ese tipo de necesidades», dijo a Efe Larios, que trabaja con la ONG Centro Latinoamericano de la Juventud.
Larios va él mismo a comprar los bienes que luego distribuye a los estudiantes y se ha dado cuenta de cómo ha subido la fórmula y otros alimentos para bebés, cuyo precio ha crecido un 7,9% en un año, según datos del Gobierno estadounidense.
Cuando se le pregunta si ha tenido que dejar de comprar algunos productos, Larios se ríe, se frota las manos y dice que no. Por ahora, las donaciones han servido para aguantar la subida de precios.
Sin embargo, sus estudiantes ya están notando el golpe de la inflación y le preocupa que la situación empeore, como ocurrió con la pandemia.
Antes de esa crisis sanitaria, Larios ayudaba a unas 10 o 15 familias de los centros Ida B Wells y Coolidge, un número que pasó a entre 70 y 80; pero que esta semana de Acción de Gracias ya subió hasta 90.
«La verdad es que todo está caro», se resigna.