La ciencia advierte que los entornos familiares y socioeconómicos adversos influyen en las aspiraciones y metas de las personas.
Por Ismael Cala
Hay una especie de «maldición» universal según la cual, si nacemos en un barrio pobre, nuestro «destino» estará indisolublemente ligado a la pobreza.
Deberíamos negarnos a aceptar tal planteamiento, aunque no sin antes analizar causas y posibles soluciones.
Una investigación de las universidades de Valencia y Castellón (España), sobre el papel de la clase social, la educación y el desempleo de los progenitores en el desarrollo de los niños, concluyó que el «nivel académico de la madre» y el «trabajo del padre» tienen el mayor peso en el futuro del hijo.
El neurocientífico Mario Fernández, citado por el diario «El País», explica que la plasticidad del cerebro del niño lo hace «muy sensible a las condiciones del entorno, para lo bueno y para lo malo».
La ciencia advierte que los entornos familiares y socioeconómicos adversos influyen en las aspiraciones y metas de las personas. Luego, es importante la responsabilidad de gobiernos e instituciones en la generación de oportunidades y condiciones para todos. Sin embargo, esta no es una sentencia escrita sobre piedra.
Por más complicado que sea el panorama, allí donde nos tocó nacer o vivir, siempre existe un componente individual a explorar.
A Oprah Winfrey, una de las mujeres más exitosas del mundo, su abuela le insistió en que aprendiera bien las labores del hogar, porque era «lo que tocaba» a personas pobres como ellas.
Oprah nació en un pequeño pueblo de Mississippi, hija de madre soltera y pobre. Al mismo tiempo, su abuelita, que solo podía ofrecerle vestidos hechos de sacos de papa y muñecas de mazorca de maíz, le enseñó a leer a los tres años y fomentó ese gran hábito en la futura estrella.
Hay muchos otros casos dignos de estudio, por su capacidad de inspiración. Desde el astro de la moda, Ralph Lauren, que creció en el Bronx; la ganadora de un Oscar, Halle Berry, que durmió en un refugio para personas sin hogar; hasta el cofundador de WhatsApp, Jan Koum, que necesitó subsidios para alimentarse.
A pesar de las estadísticas, ellos y muchos otros vencieron sus propias barreras y conquistaron el mundo. Su historia no ha sido fácil, como la de nadie en circunstancias de pobreza y exclusión.
Por ello, la responsabilidad colectiva nos invita a crear programas de liderazgo para el empoderamiento de niños y adolescentes. Y la individual, a no esperar a que nadie resuelva nuestros problemas y diseñar nuestro propio destino.