El cese, interrupción o transformación de la experiencia educativa tiene efectos de largo plazo para la niñez y adolescencia latinoamericana.
Por EFE
Andrés soñaba con su graduación en 2020. Olivia, entretanto, acarició por semanas la ilusión de ingresar al jardín de niños. La ilusión de ambos duró pocas semanas. Como ellos, millones de niños, niñas y adolescentes en todo el planeta no sospecharon la llegada de una sorpresiva crisis sanitaria que paralizaría, o bien transformaría profunda y definitivamente sus procesos educativos.
UNESCO estima que en Latinoamérica y el Caribe 156 millones de niños, niñas y adolescentes de todos los niveles están fuera de las aulas. Retomar las clases por la vía digital ha sido particularmente lento para millones que dependen de la educación pública, en vista de las brechas digitales existentes antes del COVID-19. En la región, 40 millones de hogares no tienen acceso a internet, y esta ausencia coincide con los percentiles más bajos de la escala de ingresos.
Para World Vision, organización humanitaria dedicada a la protección de la niñez, la interrupción de los procesos educativos no solamente vulnera los derechos de los niños y niñas, sino que amenaza su bienestar emocional y salud mental, afirma la Dra. Anna Christine Grellert, médico pediatra y especialista regional de Protección de la ONG.
“La escuela constituye un espacio de aprendizaje no sólo académico, sino un espacio de socialización vital para los niños y niñas, es su espacio principal de convivencia y expresión con sus pares. Despojarlos de este espacio los somete a un estrés enorme”, sostuvo.
“Precisamente, la organización estudia los efectos que la pandemia tiene en la salud mental de los niños y niñas más vulnerables. La privación de la experiencia educativa constituye un detonante de sufrimiento emocional que los niños y niñas expresan, según consta en una consulta de World Vision a más de 16.000 niños y niñas en siete países de la región (Bolivia, Brasil, Colombia, El Salvador, Honduras, Ecuador y México)”, explica Mishelle Mitchell, directora regional de comunicaciones de la ONG para América Latina y el Caribe.
La consulta arroja que 77% de los niños y niñas prefieren estudiar en la escuela o el colegio, versus el 13,8% que disfruta las clases en casa. Además, 64% afirma que lo que más extraña de las clases es a sus amigos. “Es evidente que esta nueva realidad constituye una experiencia de sufrimiento emocional para los niños y niñas, que encuentran en la escuela y colegio un espacio de esparcimiento y alegría”, sostiene Grellert.
Al margen de las valoraciones subjetivas, solo la mitad (50,6%) de los niños y niñas asegura tener acceso a internet para estudiar y de ellos, un 39,7% declara que tienen dificultades, o no tiene acceso del todo a sus maestros para aclarar dudas cuando tienen tareas. Este nuevo patrón de educación sin aulas y que, en muchos casos implica limitada interacción, somete a los estudiantes a una presión inmensa que afecta su bienestar emocional, sostiene la Dra. Grellert.
Más consecuencias
Además de los efectos sobre la salud mental de los niños y niñas, el efecto de esta nueva realidad se traslada al grupo familiar. Los padres o cuidadores, en muchos casos, no disponen de ingresos para proveer conectividad, dispositivos para conexión, e incluso electricidad para garantizar el acceso a la educación.
Las demandas de atención de los niños en casa, frente al imperativo de generar ingresos incrementa la tensión dentro del grupo familiar y aumenta el riesgo de violencia. Esta puede manifestarse desde el abuso físico y psicológico, hasta la exclusión definitiva del niño o niñas de la escuela y obligarlo a trabajar. Al respecto, CEPAL estima que entre 100.000 y 356.000 niños y adolescentes podrán engrosar las filas de trabajo infantil en Latinoamérica y el Caribe, donde 10,5 menores ya sufren esta condición.
El cese, interrupción o transformación de la experiencia educativa también tiene efectos de largo plazo para la niñez y adolescencia latinoamericana. Como derecho, la educación constituye el principal movilizador social. Sin embargo, el acelerado proceso de exclusión escolar que ha propiciado la pandemia condenará a muchos que no concluyan sus estudios a acceder a empleos mal remunerados, y como consecuencia, perpetuará la pobreza, advierte la ONG.
En virtud de ello, World Vision solicitó a los gobiernos asignar recursos financieros, técnicos y humanos para asegurar el acceso de la niñez, adolescencia y juventud a conectividad y espacios de educación a distancia, y donde sea posible, garantizar el retorno seguro de los estudiantes a los centros educativos.
Asimismo, y en resguardo del bienestar emocional de la niñez, World Vision recomienda la implementación de la Crianza con Ternura La Crianza, un enfoque mediante el cual se humaniza las relaciones entre las personas, especialmente entre adultos y niños, pero también entre adultos.
“Si modificamos los patrones de cuido y crianza desde la Primera Infancia potenciamos el desarrollo y bienestar de las familias y las comunidades, y con ello, resguardamos el capital humano de nuestros países y prevenimos el conflicto social”, expresa Grellert.
La Ternura, como una responsabilidad y aspiración compartida, garantiza el desarrollo de individuos felices, que alcanzan su pleno potencial físico, emocional y espiritual; vinculados en relaciones armoniosas, con capacidad de resolver conflictos desde la empatía, y como resultado, una sociedad más justa y equitativa, concluyó.
Pero por otro lado, World Vision impulsa Youth Ready”, “un proyecto regional para el desarrollo de habilidades blandas y capacidades técnicas para incrementar las posibilidades de empleo de jóvenes. A través de esquemas de educación informal y técnica esta iniciativa busca generar resiliencia y capacidades en un segmento importante de la generación denominada “Pandemials”, y que el Foro Económico Mundial advierte está amenazada, más que por la crisis, por la desilusión.
Además de las condiciones económicas adversas, es justamente la ausencia de una perspectiva de futuro y esperanza lo que ultimadamente puede condenar a nuestra región a revivir la ominosa frase de la “década perdida de América Latina”. Por ello, Youth Ready constituye una herramienta clave para impulsar la reactivación económica desde una plataforma de capital humano capacitado y motivado en distintas áreas.