Para abordar con éxito este proceso deben estar preparados emocionalmente con el fin de tomar las decisiones que consideren oportunas para los equipos.
Por Estrella Flores Carretero
El mundo empresarial atraviesa momentos difíciles, por lo que no es raro tener que comunicar a los trabajadores decisiones corporativas que van a ser mal recibidas. Hay que saber hacerlo de la manera menos lesiva para todos.
Cualquiera, tenga el puesto que tenga, viva donde viva y goce o no de una economía capaz de hacer frente a esta crisis, se siente ahora mismo desconcertado, con días de desánimo, sentimientos de angustia y temor…
Muchos líderes suman a sus propios miedos y a sus problemas familiares y personales la gestión de una crisis empresarial. Y uno de los peores escenarios es comunicar una reestructuración laboral o el fin de toda actividad. Para abordar con éxito este proceso deben estar preparados emocionalmente con el fin de tomar las decisiones que consideren oportunas para los equipos y las corporaciones a las que representan.
Hablar cuanto antes. No sirve de nada retrasar el momento de dar las malas noticias. La tardanza conlleva el riesgo de que aumenten los bulos, la inquietud y los rumores. Si ya se tiene la certeza de que habrá que comunicar una mala situación empresarial, es necesario convocar una reunión cuanto antes y decirlo de palabra, cara a cara si es posible.
Preparar la conversación. Hay que ensayar cómo y qué vamos a comunicar. Escribir un guion con los puntos necesarios y empezar siempre por lo más difícil. No es necesario aprendérselo de memoria (se pueden tener unas notas de apoyo), pero sí mirar a la gente de frente en los momentos duros, con nuestro propio lenguaje, honesto, sencillo y claro.
Prever las reacciones. No se debe dar por sentado que las decisiones empresariales serán aceptadas sin más. Anticipar todo lo que puede ocurrir hará que nada nos pille por sorpresa y que seamos capaces de prever diferentes acontecimientos.
Mantener la calma. Si queremos que los demás estén tranquilos, habrá que mostrar serenidad, para que funcione el efecto espejo. Es preciso tener un buen control de nuestras emociones, y eso se logra, primero, conociéndonos y después, con entrenamiento. El papel del líder es representar a la empresa y servir a la sociedad en la que se inserta. En ocasiones hay que tomar decisiones difíciles, que no gustan a nadie, pero que son irremediables. Es normal sentirse mal por tener que comunicar malas noticias, pero es parte de su trabajo.
Ser empáticos. Las personas nos importan y hay que saberlo trasmitir en todo momento. No solo con las debidas habilidades emocionales de palabra, sino también con un adecuado lenguaje corporal. Es
imprescindible ponerse en el lugar del otro, entender cómo se siente, prestarle atención y dedicarle tiempo, comprender sus sentimientos. Un líder no suelta una mala noticia y sale corriendo, sino que espera para prestar apoyo emocional a quienes lo necesitan, para responder a sus inquietudes, para escuchar cómo expresan su dolor, su enfado, su rabia.
Proporcionar información. Es fundamental conocer lo más posible sobre la situación, explicar por qué se toma la decisión y qué va a ocurrir, estar abiertos a llegar a acuerdos, responder todas las preguntas (en el momento o con la promesa de recabar respuestas), escuchar sugerencias, analizar propuestas y valorar las alternativas.
Nunca hay que mentir, pero sí dejar vía libre a la esperanza.