Desde principios de los 2000, ha habido partidarios de una unión monetaria latinoamericana a lo largo del espectro político, incluidos el ex presidente peruano Alan García y el actual ministro de economía brasileño Paulo Guedes.
Por Richard Perry, analista de mercados de INFINOX
A medida que aumenta la incertidumbre en los mercados, el dólar sigue fortaleciéndose como uno de los activos más seguros en la economía mundial. Esto es una gran noticia para los exportadores que facturan en dólares, pero un verdadero dolor de cabeza para las empresas que se endeudan (o pagan dividendos) en el billete verde. Uno de estos mercados es el de América Latina, donde la elevada inflación y la segunda «marea rosa» de victorias de la izquierda han reanudado la conversación sobre la propuesta de una moneda única latinoamericana. Pero, ¿qué aspecto tendría? ¿Y cómo funcionaría? Veámoslo.
El principal argumento para crear una moneda regional latinoamericana es, como dijo Lula, el favorito para ser el próximo presidente de Brasil, «liberarse del dólar estadounidense», es decir, una moneda independiente y unificada reduciría la dependencia de la región del dólar, la moneda de reserva estadounidense. Esta propuesta de moneda única, el «Sur», tal y
como la describe el economista Gabriel Galípolo, simpatizante de Lula, en la Folha de São Paulo, no sustituiría a las monedas soberanas como lo hizo el euro en 1999. En cambio, se utilizaría para el comercio con América Latina, en lugar de tener que cambiar los bienes en dólares estadounidenses cuando estos cruzan las fronteras.
Una «moneda comercial» de menor cobertura no es tan descabellada como pueda parecer, y una moneda similar ya ha tenido cierto éxito en la región. Esta moneda, denominada SUCRE (Sistema Unificado de Compensación Regional) se ha utilizado como medio de cambio alternativo al dólar para el comercio entre Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba y Nicaragua desde 2010. En su año más exitoso, en 2012, el SUCRE se utilizó en 2,646 transacciones por un valor de más de 1,000 millones de dólares. Sin embargo, desde el desplome económico de Venezuela, la moneda ya no es tan utilizada.
Esto nos lleva a la mayor dificultad para crear una moneda independiente para América Latina y es que, cualquier unión monetaria implica una unión política. La anteriormente conocida «Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América», utilizaba el SUCRE como moneda regional, para contrarrestar lo que consideraba la hegemonía económica de Estados Unidos en la región. El «Sur» también tendría que enfrentarse a que su existencia fuera antagónica a la de Estados Unidos, que hasta hace poco tenía una larga y controvertida historia como el mayor socio comercial de la región. Esa corona ha sido arrebatada desde entonces por China, lo que puede ser el detonante geopolítico para lograr el sueño del «Sur».
Como admitió Lula durante una entrevista en 2019, la alianza BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) tenía planes de crear una moneda propia, a lo que Obama se opuso, ya que el gobierno estadounidense lo consideró una subordinación económica. El Mercosur (Mercado Común del Sur), con sus cuatro miembros principales que son Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, y sus siete miembros asociados, que son Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú y Surinam, sería una unión económica menos controvertida. Ya que, se consolidaría con una moneda comercial única y no con una moneda de sustitución soberana como el euro.
Por supuesto, incluso este paso relativamente pequeño hacia la independencia monetaria no estaría exento de dolores de cabeza fiscales. Las monedas latinoamericanas son notoriamente volátiles y están expuestas a la «dolarización», mientras que la política fiscal y la buena voluntad política pueden cambiar de un gobierno a otro. ¿Cómo podría Venezuela, por ejemplo, actualmente suspendida del Mercosur y que sufre repetidas espirales de hiperinflación, ser capaz de compartir una moneda con Chile, un país conocido por su conservadurismo fiscal?
La política económica es el compromiso entre objetivos contrapuestos, que van desde el crecimiento y el pleno empleo hasta la gestión de la inflación y la estabilización de la moneda. Cada uno de estos objetivos afecta de forma diferente a los distintos grupos (y países), un determinado nivel de inflación considerado tolerable por un gobierno puede ser visto como un estado en crisis por otro. Estas compensaciones se justifican y gestionan a través de la política local. Sin embargo, como hemos visto en la eurozona, lo conveniente para una potencia industrial como Alemania puede no ser aceptable para naciones dependientes de las importaciones como Grecia o Portugal. Estas tensiones se encuentran en el núcleo de la unión monetaria.
Estos son sólo algunos de los retos a los que se enfrentan Lula y cualquier otro partidario de la moneda única si él es reelegido presidente de Brasil y completa la segunda «marea rosa» que recorre el continente. Sin embargo, el hecho de que haya vuelto a hablar del «Sur» significa que es una idea que merece ser tomada en serio por los analistas desde distintas perspectivas.
Una moneda regional tendría un fundamento económico perfectamente plausible y lógico. Sin embargo, como ocurre con todos los acuerdos multilaterales, el problema estaría en los detalles.