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Musk provoca un terremoto con la compra de Twitter

Dic 20, 2022 | Noticias de Hoy

Revista SUMMA
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Musk había dicho en días previos a su llegada que no convertiría la red en «un infierno anárquico».

Por EFE

La compra de la red social Twitter por el magnate Elon Musk se ha convertido en una de las noticias más comentadas del año y ha puesto sobre la mesa cuestiones como hasta dónde debe llegar el control de contenidos y cuáles son los límites a la hora de rentabilizar las redes sociales.

Nacida en 2006, la red del pajarito no es la más importante del mundo en número de usuarios (237 millones en 2022, frente a los 3.600 millones de Meta o los 2.000 millones de Instagram), pero se ha convertido en una herramienta esencial de comunicación para el mundo político y periodístico y hasta ha dado lugar en varios idiomas a un nuevo verbo (tuitear).

El proceso de compra de Twitter fue de entrada caótico, ya que Musk acordó un pago de 44.000 millones de dólares y luego trató de rebajarlo, lo que hizo que la compañía lo denunciara por incumplimiento de contrato.

La denuncia llegó a un tribunal especializado, pero un día antes de que arrancase el juicio, Musk escribió en su cuenta «el pajarito ha sido liberado», y fue su manera de anunciar que formalizaba la compra.

UN LAVABO Y MILES DE DESPIDOS

El primer día en que Musk puso los pies en la sede de Twitter en San Francisco, entró con un lavabo en las manos y escribió «Let that sink in» (Asumámoslo), pero ese juego de palabras escondía apenas la insinuación de que llegaba a la red con intención de «limpiarla».

Esto se tradujo en despidos de cinco de sus principales ejecutivos y de aproximadamente la mitad de la plantilla de 7.500 personas en todo el mundo -nunca se hizo oficial el número exacto-, junto a mensajes de que los restantes deberían dejarse la piel y «trabajar muchas horas a alta intensidad» para sacar adelante las nuevas ideas de Musk, fueran las que fueran.

Ese último mensaje más las repetidas proclamas de que Twitter estaba demasiado atenazado por la autocensura y el control de contenidos hizo que muchos más trabajadores se marchasen voluntariamente y denunciaran que la red, sin filtros de control, se llenaría de mensajes de odio.

Musk había dicho en días previos a su llegada que no convertiría la red en «un infierno anárquico», pero quería que esta fuera en adelante «una plaza pública común» donde se pudiese debatir «una amplia gama de opiniones de manera saludable, sin recurrir a la violencia». Llegó a decir, de manera rimbombante, que quería contribuir así «al futuro de la civilización».

Dio orden de rehabilitar algunas de las cuentas suspendidas por difundir bulos, pero lo más llamativo estaba por llegar: lanzó una encuesta en línea para que los usuarios votasen a golpe de tuit si debería restablecer la cuenta de Donald Trump, suspendida tras el asalto al Capitolio.

Más de la mitad de los 15 millones de participantes dijeron que sí. Musk abrió entonces la puerta a Trump con el mensaje de «Vox populi Vox Dei» («La voz del pueblo es la voz de Dios»).

No es la única encuesta que ha llevado a cabo desde entonces, en la última, cuyos resultados se han conocido este lunes, ha preguntado a los usuarios de la red si debía seguir dirigiendo la plataforma: un 57,5 por ciento de seguidores de la red social ha votado «no», mientras que un 42,5 por ciento ha optado por el «sí».

FUGA DE ANUNCIANTES

Pero esta deriva de la red hacia una mayor tolerancia a mensajes de odio o bulos no ha convencido a los anunciantes, principal fuente de ingresos en Twitter, que ya han comenzado a abandonar la red al observar el errático rumbo que toma y que Musk no endereza incluso tras recibir advertencias de la Casa Blanca o de la Comisión Europea.

A fines de noviembre, y según la cadena pública de radio estadounidense NPR, la red del pajarito había perdido ya a 50 de sus 100 principales anunciantes, que solo este año habían gastado 750 millones de dólares; por esos días, Musk desveló que Apple había «amenazado» con retirar también su publicidad, y cargó contra la compañía de Tim Cook acusándola de ejercer la censura.

Sin embargo, no solo es la desaparición de filtros de contenidos la que parece molestar a las grandes empresas, sino también la errática política con respecto al muro de pago que Musk quiere implantar y que ha ido anunciando en mensajes que él mismo ha tenido que corregir más tarde.

Ha sido la implementación de las «cuentas verificadas» la que mejor ilustra los bandazos de un multimillonario que no acaba de encontrar la forma de rentabilizar su red social: el 5 de noviembre, Musk anunció que promovía al estatus de «cuenta verificada» a aquellos dispuestos a pagar 8 dólares al mes, y de inmediato la red se llenó de impostores que pagaron la cantidad y simularon ser quienes no eran.

Esto se tradujo en que la farmacéutica Eli Lilly sufriera un 4 % de caída de sus acciones al anunciar uno de los suplantadores que regalaría la insulina, y algo parecido sucedió a Lockheed Martin tras un anuncio falso de que dejaban de vender armas a Arabia Saudí.

Uno de los primeros mensajes emitidos por Musk al llegar a Twitter fue a los anunciantes: la red -les dijo- «aspira a convertirse en la plataforma de publicidad más respetada del mundo que fortalecerá tus marcas y hará crecer tu empresa. Construyamos juntos algo extraordinario».

Aquellas palabras parecen hoy quedar en entredicho. En la propia red abundan los consejos entre usuarios para migrar a nuevas plataformas menos imprevisibles.

K

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