Los efectos del tecnoestrés en los empleados son físicos, tales como insomnio, fatiga, neuralgias, contracturas…, y también psicológicos.
Por Estrella Flores Carretero
La tecnología es crucial para la competitividad de las empresas. Sin embargo, no basta con invertir en innovación informática; también hay que cuidar a las personas, proteger su bienestar emocional y evitar el tecnoestrés.
Emociones como el miedo, la tensión, la angustia, la frustración… cuando se utiliza la informática, pueden provocar serios problemas en las personas. El estrés supone en torno al 30% de las bajas laborales en los países desarrollados. Y, aunque no se sabe exactamente qué porcentaje se debe a la presión tecnológica, cabe suponer que sí es muy elevado.
Las personas no se adaptan por igual a las nuevas tecnologías. Hay quien sufre resistencia al cambio y quien padece cierta incompetencia digital por falta de formación, malas experiencias previas o, también, no vamos a negarlo, porque los informáticos a veces ignoran que deben pensar tanto en ingenieros como en analfabetos digitales.
Los efectos del tecnoestrés en los empleados son físicos, tales como insomnio, fatiga, neuralgias, contracturas…, y también psicológicos: irritabilidad, sensación de inutilidad, ansiedad, falta de compromiso con la empresa, depresión… El tecnoestrés causa infelicidad en los trabajadores y, como consecuencia, merma su productividad. Por eso es clave prevenirlo con algunas pautas:
Cambio sostenido. La innovación tecnológica debe ser constante y, por tanto, gradual. Hay que incorporar una cultura de cambio que posibilite su interiorización. La tecnología está para ayudarnos, facilitar nuestro trabajo, propiciar la autorrealización y crear entornos colaborativos.
Elegir, no conformarse. Todos conocemos software hostil, nada amigable. Y no hay por qué aceptarlo como inevitable. Los ingenieros informáticos y los diseñadores están para atender las demandas de los usuarios y adaptarse a sus necesidades. Es preciso escuchar a los trabajadores e incorporar sus ideas.
Enseñar cada día. No basta con dar un curso. Las empresas deben tener colaboradores, mentores, formadores siempre disponibles para ayudar en los momentos difíciles. La información y la formación deben ser constantes y fluir en un espacio multicanal, de manera que todos puedan compartir trucos, atajos de teclado, opciones. Y no solo con horas lectivas,
sino también con pequeños vídeos y correos donde se aporten nuevas soluciones. Hay que premiar las sugerencias de mejora y escuchar las dudas.
Respetar la privacidad. La tecnología tiene su momento y no debe asaltar la vida personal ni familiar. Queremos trabajar en un entorno colaborativo, no invasivo. Por eso, el horario tiene que respetarse: las personas pueden no responder a un correo, activar la función de no molestar o lanzar un mensaje automático de que están de vacaciones.
Y algo más: la tecnología nos permite comunicarnos en estos momentos en los que no podemos vernos tanto como quisiéramos, pero, cuando esto pase —que pasará—, no olvidemos que vernos cara a cara, tocarnos, levantarnos para ayudar a un compañero, sentarnos a su lado, estar próximos… es el mejor antídoto contra el tecnoestrés.