Ambos procesos están afectando a los sistemas agrícolas, sobre todo a aquellos que no tienen riego.
Por Revista Summa
En los últimos años, las investigaciones alertan sobre la vulnerabilidad de las comunidades rurales y los impactos del aumento de la variabilidad climática y el cambio climático gradual en los sistemas agrícolas de Centroamérica. Los eventos extremos, como canículas y lluvias torrenciales, se combinan con cambios graduales que aumentan la temperatura y modifican los patrones de las lluvias.
Ambos procesos tienen efectos actuales importantes sobre los sistemas agrícolas de pequeña y mediana escala, y posiblemente serán exacerbados con el cambio climático. Estos sistemas son los más extendidos en la región y son los que sostienen a la mayor parte de las familias rurales.
Investigadores de la Unidad de Acción Climática del CATIE (Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza) señalan que las áreas aptas para la producción de maíz, frijol y café (entre otros cultivos) se irán reduciendo en toda la región, a menos que se implementen medidas para adaptarse a estos cambios. Además, los efectos de los eventos extremos tienen alto impacto, como aumento de plagas y enfermedades y pérdidas de cosechas o calidad de los productos agrícolas.
“Las familias productoras de maíz y frijol a pequeña escala son los más vulnerables a los impactos por déficit o exceso de lluvias actualmente, que causan inclusive problemas en seguridad alimentaria y hambruna; en tanto que los sistemas agroforestales o ganaderos son más sensibles a diferentes eventos climáticos según su localidad. Es importante conocer estos factores a nivel local para poder identificar respuestas a corto y largo plazo”, señaló Pablo Imbach, líder de la Unidad de Acción Climática del CATIE.
La vulnerabilidad de las familias productoras también depende de sus condiciones locales socioeconómicas y de su capacidad para ajustar los sistemas productivos a las nuevas condiciones del clima.
“Los resultados de encuestas y entrevistas señalan que los productores de granos básicos tienen un menor grado de satisfacción de sus necesidades básicas, como bajo acceso a agua potable, educación y salud; aspectos que pueden condicionar sus decisiones de inversión en mejoras de sus sistemas productivos a largo plazo. Por su parte, los productores de cultivos permanentes como el café y la ganadería tienen mayor acceso a recursos para la innovación, por ejemplo, a capacitación, pero muy bajo para la transformación, como es el caso del acceso a financiamiento”, comentó Andrea Zamora, investigadora del CATIE.
Un caso concreto
En grupos focales, con expertos locales y productores, realizados en Honduras, Guatemala y El Salvador, el CATIE recopiló información sobre los cambios en la duración y retraso de las temporadas seca y lluviosa durante el año y sus efectos en los sistemas productivos.
Según los resultados de este ejercicio de percepción sobre calendarios agrícolas, los participantes de los tres países mencionaron que la temporada de lluvia es más corta, con cambios en la duración de dos a seis semanas menos, dependiendo del año y la localidad. También, en todos los grupos focales se mencionó que el crecimiento y desarrollo de las plantas de maíz y frijol son afectados directamente por la intensidad y el retraso de la canícula, las lluvias erráticas hacen que la floración se pierda, el aumento de plagas y enfermedades y otros procesos disminuyen la cantidad y calidad de las cosechas y aumenta los gastos en insumos.
“Ante este escenario los países de la región deben tomar medidas para aumentar la capacidad adaptativa de las familias productoras, con estrategias de intervención para promover prácticas que atiendan necesidades de adaptación a diferentes horizontes de tiempo, es decir, considerando las condiciones actuales y las condiciones a largo plazo”, comentó Muhammad Ibrahim, director general del CATIE.
Claudia Bouroncle, investigadora del CATIE, agregó que las acciones de adaptación deben de contemplar la heterogeneidad local de los sistemas agrícolas para adecuar las medidas de adaptación, por ejemplo, el tamaño de las fincas, la seguridad de la tenencia de la tierra, el acceso a agua para uso agrícola, la ubicación geográfica, los riesgos climáticos a los que son expuestos y el contexto socioeconómico de las familias productoras.
Al respecto, Imbach indicó que el CATIE trabaja en ese sentido, buscando soluciones con un fuerte énfasis en la construcción de rutas de adaptación y soluciones basadas en la naturaleza; además, junto a socios y la cooperación internacional se desarrollan herramientas de acuerdo a las necesidades particulares de cada territorio, con el fin de que ayuden a los tomadores de decisiones y mecanismos financieros para afianzar estrategias más integrales.