¿Cuál será la mejor forma de movilizarse en este proceso de reanudación de las actividades comerciales, deportivas, turísticas y culto?
Por Lic. Róger Larios Martínez
El 6 de marzo de 2020, día en que oficialmente se contabilizó el primer infectado con el coronavirus en Costa Rica, representa un hito generador de cambios en la sociedad costarricense, en especial en el aspecto de la movilidad urbana, ya que ante el confinamiento y distanciamiento social, al que nos vimos sometidos para reducir el riesgo de contagio, lo volvieron hoy más vigente que nunca. En este sentido, y de cara a la nueva normalidad, urgen nuevas formas de movilización por la presencia de un virus con el que muy probablemente debamos vivir de ahora en adelante, así como los protocolos afines a él (distanciamiento e higiene).
Por lo tanto, es preponderante volver la mirada hacia cómo potenciar otras prácticas de movilidad activa que brinden respuestas a las necesidades de hoy, pues para nadie es un secreto que el transporte público es considerado uno de los medios de mayor contagio potencial, razón por la cual se establecieron nuevos lineamientos y limitaciones en busca de reducir dicho riesgo. Actualmente los autobuses solo pueden utilizar la capacidad sentada de los pasajeros, se modificaron los horarios y las frecuencias en las horas valle (horario que no es pico) y también se ha venido readecuando la restricción vehicular sanitaria a los usuarios, que por su actividad no pueden hacer teletrabajo o por otros motivos.
Y entonces, cuál será la mejor forma de movilizarse en este proceso de reanudación de las actividades comerciales, deportivas, turísticas y culto, sin que se centre en el uso del transporte público o en el uso exacerbado del automóvil, pues sabemos que al utilizar el transporte privado (en vez del público) también se provocarían condiciones caóticas de embotellamientos y retrasos excesivos en los traslados, además de las externalidades negativas relacionadas con el consumo de combustible fósil, el aumento en la emisión de gases de efecto invernadero, la contaminación sonora, los accidentes viales, el estrés del conductor, entre otros.
Por otro lado, hay que tomar en cuenta que los autobuseros concesionarios han dejado claro que no tienen capacidad, ni les es rentable, para aumentar la cantidad de unidades para la prestación del servicio en las diferentes rutas y horarios, de forma que se reduzca la cantidad de pasajeros en las unidades y permitir una distancia segura entre ellos. Esta situación viene a ser similar con el tren, el cual ya de por sí, en su servicio normal, antes de la pandemia, constantemente transportaba a los usuarios en una inquietante sobreocupación. Aunado a lo anterior, lamentablemente las ciclovías establecidas en algunas zonas metropolitanas tampoco tienen las condiciones y espacios adecuados para resguardar la integridad física de quienes las utilizan al compartir las calles con los automóviles, autobuses y el tren (caso de la ciclovía San Pedro-San José).
En respuesta a los efectos del Covid-19, grandes ciudades como Madrid, Milán, Nueva York y Bogotá han propuesto como estrategia de movilidad la habilitación y transformación temporal de kilómetros de carreteras, destinadas previamente a la circulación de automóviles, para que sean utilizados como ciclovías y zonas peatonales. En Medellín se posibilitó el acceso al transporte público en horario escalonado, por ejemplo. Estas ciudades responden a un modelo de planificación urbana compacto y denso, con usos de suelo eficientes y mixtos (vivienda, comercial, espacios públicos), que disponen de servicios de transporte público multimodales, integrados, eficientes y armoniosos con el ambiente, por lo que las medidas adoptadas han permitido a los ciudadanos la opción de movilizarse de manera más segura a pie o en bicicleta, reducir el uso del transporte público, minimizando el riesgo al contagio, además del trabajo desde casa.
Queda claro que el teletrabajo, como medida de prevención del contagio, llegó para quedarse, pues le ha permitido a todos los empleados y empleadores, en sus distintas posiciones, tanto del sector público como privado, identificar quiénes pueden trabajar perfectamente desde sus hogares. Esto obviamente tiene sus beneficios: maximización de tiempo al no tener que movilizarse, ahorro de combustible, mejor disposición del empleado que evita el estrés del desplazamiento, inmediatez en diferentes sentidos y sobre todo, menos vehículos en calle y en consecuencia, menos accidentes automotrices y un gran beneficio ambiental.
Por lo tanto, y tomando en cuenta que el país se enrumba hacia la carbono neutralidad y hacia las energías limpias, aun cuando la inversión en obra pública e infraestructura están direccionadas al transporte privado (que depende aun del uso de combustibles fósiles), se requieren acciones concretas que mejoren la movilidad segura en las diferentes regiones del país y de forma inclusiva, porque esto es parte de la misma dinamización económica.
Lo anterior implicaría rediseñar la ciudad en función de la gente, que permita la inclusividad y la convivencia entre las diferentes formas de desplazamiento (a pie, bicicleta, patineta y la motorizada). Se debe culturizar y entusiasmar a la población para que prefiera caminar, usar la bicicleta o cualquier otro medio no motorizado en complemento al bus y tren, eso sí, proveyéndoles zonas seguras y estructuralmente adecuadas para ello, que les permita además mantener las distancias prudentes. En la inmediatez de esta situación pandémica, en la nueva normalidad deberíamos comenzar a ensayar con pequeños cambios para facilitar la movilización, destinando rutas específicas para los peatones y medios no motorizados, tal como lo han hecho exitosamente otros países. Esto nos permitiría hacer valoraciones de pros, contras y ajustes. Tenemos la necesidad fundamental de democratizar el uso de espacio público y fortalecer el transporte sostenible.